En el año 2007, por primera vez en la historia de la humanidad, la población del mundo pasó a vivir mayoritariamente en ciudades. Este fenómeno viene a materializar un largo proceso en el que mucho antes que el 50% de los humanos vivieran en áreas urbanas, las personas ya se estaban incorporando a una misma red comercial, flujos y acopio de información y riqueza. De esta manera la ciudad adquiría un nuevo protagonismo, siendo no sólo un conjunto de calles, semáforos y edificios, sino también un territorio que nos conecta a una región, a un continente, al mundo.
En este cambio de escenario, unos de los desafíos más trascendentales es generar una red de conexión que integre a las “megaciudades”. Esta nueva trama urbana, conformada por la unión de varias ciudades en un mismo nodo urbano, tiene que considerar las necesidades de transporte y la capacidad de traslado de una enorme y variada cantidad de bienes y servicios, considerando que el acceso a todas las formas de movimiento físico y de información es central.
A su vez, este hito produce un desplazamiento geopolítico desde los países hacia las grandes ciudades. La infraestructura material, sumada a la digital, está cambiando la gobernabilidad, la forma de hacer políticas públicas y de relacionarse con los ciudadanos. En las ciudades se está constituyendo un espacio público destinado a mejorar su gestión con el objetivo de hacerlas más integradas, seguras y solidarias. Así por ejemplo, en un mediano plazo, un vecino cualquiera sabrá a qué hora exacta pasará el transporte público que lo llevará de vuelta a su casa a través de una aplicación en su celular; en el camino se dará cuenta de un semáforo en mal estado y lo denunciará en su WhatsApp del barrio; para luego encargar por mail la verdura que necesita para la semana. De esta manera se conformará una red dinámica donde se conectará lo productivo, las redes sociales y los hogares, dando paso a una alianza global interconectada que creará oportunidades, competitividad y nuevos vínculos.
En poco tiempo la desigualdad también se medirá en inequidad territorial, es decir, a partir de la localización de la vivienda, de los servicios sociales del entorno y del acceso a las oportunidades educativas y laborales de los vecinos. Por ejemplo, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud por cada persona debería haber nueve metros cuadrados de parque. No obstante aquello, en mi país, específicamente en la Región Metropolitana hay comunas que tienen veinte metros cuadrados, mientras que otras sólo dos. En este sentido el rol y la disponibilidad de recursos de los gobiernos locales será fundamental a la hora de pensar programas de ocupación territorial que asegure un desarrollo equitativo y equilibrado y que apunten a diseñar barrios con conexión, seguridad, mantención y servicios, es decir, barrios con identidad propia, inclusivos y dignos.
En este siglo de las ciudades, en muy poco tiempo el 80% de la población, la riqueza, el comercio, la ciencia y la cultura, estará ocurriendo en ellas. Para proyectar un futuro con ciudades más igualitarias hay que diseñar políticas públicas que impulsen un desarrollo integrado, que reconozcan la diversidad de la demanda y generen espacios públicos donde se permita el libre ejercicio de la democracia. Sólo así las ciudades del futuro permitirán que sus sociedades construyan un “nosotros” del cual todos nos sintamos parte.
Un comentario
En verdad, las emociones humanas siempre nos rebosan el Alma, y ello me lleva a expresar, primeramente la admiración por el Sr. Ricardo Lagos, ya que he sido seguidor de Gran parte de su accionar en el mundo público y político…¡Gracias de Verdad!
Dejar un comentario