La década dorada del 2003 al 2012 terminó abruptamente. Una década que le permitió a América Latina dar pasos sustanciales en lo económico, reducir fuertemente la pobreza, ver en muchos de nuestros países a sectores medios emergentes planteando nuevas demandas de calidad. Ahora tenemos días difíciles, pero también pueden ser una oportunidad.
Hubo una máxima que se escuchó con frecuencia a varios ministros de la región en los pasillos de la última conferencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial en Lima: “los choques negativos son permanentes y los choques positivos son transitorios”.
No sé si aquello sea totalmente cierto, pero la desaceleración económica en la región aquí está y ello nos llama a pensar cómo fue nuestra acción cuando el sol brillaba y cómo volver a un nuevo ciclo positivo.
Desde hace cuatro años se vieron los signos en contra, venían de fuentes externas muy claras: caída en todo el mundo del precio de los bienes agrícolas, de los metales y las energías. El drástico descenso del petróleo afecta de una manera particular a América Latina y, en suma, las cifras en los términos de intercambio son críticas para toda la región.
El impacto mayor lo vemos en Brasil. En el pasado se buscó mantener una demanda grande y un ritmo de crecimiento fuerte, pero esa política ya no es posible, son tiempos de ajustes mientras la economía cae 3% este año y el próximo, según el FMI, volvería a caer en un 1%.
Venezuela, Ecuador y Colombia sufren la baja estrepitosa del petróleo y en países donde la minería es clave, como Chile y Perú, también se registra una baja en sus cifras de crecimiento.
Complejo panorama que afecta también a Argentina, donde la política fiscal muy expansiva ha obligado ahora a una contracción para ajustar las cuentas fiscales.
No es nuevo, pero esta vez la globalización nos ha mostrado con fuerza que nuestro desarrollo camina a la par de cómo avanzan las economías en otros continentes.
Sí, es cierto que la desaceleración en China nos golpea directo, especialmente en América del Sur, porque los ajustes de la “nueva normalidad” de su economía indican un crecimiento que puede estar bajo el 7%. Y será del 6% por largo tiempo.
Y es cierto que en México y Centroamérica mucho va a depender de Estados Unidos, por la influencia directa que éste tiene sobre esas economías. Y todos, de una u otra forma, vemos cómo la apreciación del dólar cambia y miramos inquietos las decisiones que tome en los próximos meses la Reserva Federal.
También es verdad que la Unión Europea, destino importante de nuestras exportaciones, está todavía en una situación compleja y difícil, mientras la India, estrella emergente, aún está lejos de llegar a un nivel de desarrollo capaz de reemplazar la demanda mundial de China. Todo eso es real, pero, no cabe duda de que también debemos mirar hacia adentro. Lo que hicimos en la década buena y las lecciones que de ello podemos sacar.
Los países mejor preparados para esta etapa difícil son aquellos que, en tiempo de bonanza, supieron ordenar sus cuentas fiscales, tener equilibrios macroeconómicos sólidos y, en algunos casos, lograr un superávit en materia fiscal.
Aquellos con economías más abiertas parecen haberse preparado mejor para esta etapa de precios bajos en sus exportaciones. Es el caso de Perú, Chile, Colombia y México. Y en cierta medida Uruguay, si bien en éste golpea el devenir de los dos gigantes que lo rodean.
Hasta ahora todos estos países están creciendo a un 2% aproximadamente y tal vez un 2.5% en el tiempo que viene. A la vez, entran al nuevo ciclo con un sistema financiero más sólido. Si han sido capaces de capitalizar su banca en el pasado ahora miran lo que son las reglas de Basilea en materia de seguridad financiera y las decisiones más recientes de ese polo de ordenamiento bancario internacional.
En general, América Latina puede estar satisfecha por lo que hizo. Hoy en todos nuestros países se sabe qué es un manejo serio y responsable de la economía. Otra cosa es la voluntad política para aplicarlo.
Hacia adelante no queda sino entender que el manejo de los factores externos unido a gestiones y políticas públicas eficaces será esencial para apuntalar el gasto público. Hay un desafío ineludible: las crecientes demandas de los sectores medios emergentes que no dejarán de estar.
Aquí hay una paradoja; porque hubo éxito en disminuir sustancialmente la pobreza las demandas ahora son muy superiores. No sólo se trata de no regresar a la pobreza, sino de lograr calidad, especialmente en educación universitaria y técnica avanzada: son esos millones de estudiantes en el continente, primera generación en sus familias en acceder a la educación superior.
Con esos desafíos sociales y políticos hay que actuar. ¿Es posible plantear ahora, para los países que han manejado bien sus finanzas, un programa importante de desarrollo de sus infraestructuras? ¿Es la oportunidad de tener políticas que nos permitan bajar los costos energéticos en muchos de nuestros países trayendo, por ejemplo, el tremendo avance tecnológico de China en energías renovables, como la solar y eólica?
¿Cómo avanzar hacia un sistema público más eficiente en la toma de decisiones y hacer de cada peso que se entrega a los recursos fiscales un elemento que ayuda a restablecer el crecimiento?
Esta crisis llama a actuar con realismo y, si los factores externos no son favorables, cabe reemplazarlos con políticas serias, focalizadas para satisfacer las necesidades crecientes, al mismo tiempo que se aumenta fuertemente nuestra inversión.
Columna publicada en Clarín, el 1/11/2015
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