Pese a que hasta hace dos años América Latina vivía en lo que llamamos la “década dorada”, las actuales perspectivas de lento crecimiento y la baja de precio en las materias primas, revelan nuestro principal reto: la productividad.
Los problemas más persistentes en nuestras economías son la escasa inversión en todos los sectores económicos, la ausencia de coordinación entre sectores estratégicos y la falta de trabajadores cualificados, entre otros factores.
Nuestra principal ventaja como región frente a economías más desarrolladas son las de carácter natural, con todos los problemas que esto supone: en su mayoría no renovables y con una oscilación de precios que hacen que las economías nacionales dependan de sus ciclos. En este escenario es fundamental enfrentar la productividad de nuestros países y proyectar a mediano plazo las oportunidades que supone su impulso para los desarrollos locales.
La productividad de América Latina era un 75% respecto de la de Estados Unidos en la década de 1960. Es decir, 50 años después, nuestra productividad es solo un 50% que la de Estados Unidos. La brecha ha aumentado considerablemente.
Uno de los principales problemas para lograr un avance en la productividad son los bajos niveles de inversión en la región que, en promedio, alcanzan un 20% del PIB, en comparación al 35% de Asia. La inversión va de la mano con los niveles de ahorro de un país, es decir, si la inversión es baja, también lo será la capacidad de ahorro y con ello la posibilidad de hacer frente a las crisis económicas que puedan surgir. Sin embargo, para activar una economía en crisis, una inyección monetaria puede dinamizar la economía y hacer las veces de la “inversión necesaria” para hacerla crecer después.
El segundo problema es el bajo crecimiento sectorial. Sólo para dar un ejemplo, Argentina, Chile y México capitalizan un 7% del total de su inversión en tecnología lo que no permite alcanzar un mínimo de desarrollo para este sector. En plena revolución digital aún estamos viviendo en la era analógica, donde las grandes potencias como Estados Unidos o Japón, no sólo llevan la delantera, sino que prácticamente el monopolio de este sector que, en un mediano plazo, será clave para cualquier economía mundial.
Un tercer punto es el empleo. Este factor representa el 54% de la productividad en América Latina. Sin embargo, de ese porcentaje un 28% es improductivo. Es decir son trabajadores no cualificados que durante muchas horas de empleo no alcanzan las metas labores establecidas. Esto supone un alto porcentaje de trabajadores informales o emprendimientos unipersonales de baja formación que generan poca productividad y, en consecuencia, baja competitividad.
Ya lo dijo la revista The Economist a comienzo de julio de este año: “el tema de la productividad y la exportación es una crónica de una debilidad estructural de América Latina. Ahorra poco, exporta poco e invierte muy poco, las economías no están diversificadas y muchas empresas y trabajadores son prácticamente improductivos”.
Es necesario aumentar la inversión; la capacidad de ahorro; la capacitación de mano de obra especializada y el crecimiento sectorial a través de la innovación. Es un momento crucial, donde como región estamos bien posicionados y ya hemos logrado avances significativos en la superación de la pobreza, en afianzar nuestras democracias y lograr una ciudadanía empoderada y activa. Pensemos a largo plazo, generemos políticas de estado que permitan marcos regulatorios funcionales que aumenten la productividad tanto en momentos de bonanza, como de crisis.
Hagamos frente a nuestro talón de Aquiles y volvamos a mirar la productividad como un agente clave para el crecimiento del nuestras economías. No perdamos la oportunidad de aumentar la calidad y el bienestar de nuestros pueblos.
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