Es como si hubiera sido ayer, pero se acaban de cumplir 25 años desde que nació la primera página web de la historia. Fue Tim Berners-Lee quien lo hizo y de allí cambió todo el devenir de nuestro tiempo. Las formas de producción, la interacción entre los Estados, la participación de la sociedad civil, los cambios en los escenarios de la política, las visiones del mundo, todo ello entró en una nueva fase. No estamos en una época de cambios, en realidad se trata de un cambio epocal, de una nueva era.
De aquella página nació el hipertexto y el internet que hoy conocemos, donde la interacción de mensajes y la vivencia de la simultaneidad se convierten en un todo. ¿Hasta dónde los políticos de hoy están entendiendo la profundidad de esta transformación? ¿Hasta dónde existe en esta América Latina la capacidad de imaginar el futuro desde estas bases de cambio? Sólo un dato nos ilustra de estas urgencias: Latinoamérica tiene la mayor proporción de usuarios menores de 25 años del mundo.
Las grandes innovaciones tecnológicas han adquirido la plenitud de su impacto cuando incrementaron la capacidad de comunicación de los seres humanos. La invención de la máquina de vapor dio paso a las imprentas con poder de multiplicar por varios miles los ejemplares de un periódico. Fue la invención del telégrafo lo que dinamizó la invención del ferrocarril. Y la energía eléctrica trajo cambios extraordinarios con la aparición del teléfono y los medios masivos de comunicación.
Ahora vemos como a las nuevas tecnologías en el ámbito de la generación de energía y el desplazamiento de los aviones supersónicos ha seguido la Revolución Digital. Ello también trajo cambios a los sistemas financieros -las reacciones en cadena de las bolsas de comercio lo ratifican– y con un click se desplazan billones de un lado a otro del mundo. En suma, vivimos en una globalización que obliga a saber entender sus proyecciones.
Un conjunto de actividades que ayer eran propias de la economía de mercado han entrado en fase de transformación o van en vías de quedar atrás. ¿En cuántos países se ha suprimido ya la larga distancia telefónica al interior de su territorio? ¿Cuánto más cerca estamos de que, así como en la Unión Europea ya no hay llamados de larga distancia entre los distintos países, lo mismo pueda ocurrir a escala mundial?
Las consecuencias de la Revolución Digital se están recién comenzando a percibir: así como existe hoy el Internet de servicios ha emergido con fuerza “el Internet de las cosas”. Aquí se trata de la interconexión de los objetos y bienes que rodean nuestra vida cotidiana, sabiendo qué tenemos, qué falta y dónde están. Según Gartner, empresa especialista en esta área, al 2020 habrá en el mundo aproximadamente 26 mil millones de dispositivos con capacidad de ligarse a Internet. Y, por cierto, todo ello traerá cambios profundos en las cadenas de producción como las entendió Ford: ahora vendrá la capacidad de producción centrada en aspiraciones y gustos individuales.
¿Hacia dónde lleva todo esto? ¿Cuáles van a ser los cambios a futuro? Hemos transitado desde aquel computador inicial, aquel carísimo computador de la IBM 360 de 1964 (recuerdo la solemnidad con que inauguramos en la Universidad de Chile aquel primer computador que requirió un espacio cercano a los mil metros cuadrados) a lo que hoy va en nuestros teléfonos móviles con más capacidad y velocidad que la de entonces. Y esto nos llama a pensar con “responsabilidad digital” las sociedades que deseamos tener en nuestros países.
Algunos ya nos dicen que estamos avanzando hacia una sociedad con un número creciente de bienes y servicios que tendrán un costo marginal igual a cero o casi cero. Cuando eso ocurra, habrá una cantidad enorme de otros bienes y servicios para los cuales es esencial preparar a las nuevas generaciones.
La capacidad creadora del ser humano tendrá ámbitos distintos y nuevos donde desplegarse. ¿Qué decir del cirujano llamado a conducir aquella cirugía hecha por robots automáticos y donde ese médico podrá simultáneamente operar a varios pacientes en tanto sólo tendrá que preocuparse de lo que hace el robot? ¿Qué ocurrirá del punto de vista educacional cuando ya hoy, según sabemos, se estiman en más de 100 mil los estudiantes que siguen cursos con certificados regulares hacia maestrías o doctorados de las más prestigiosas universidades del mundo, sin pisar la respectiva sede universitaria?
Lo que tenemos al frente es un amplio campo para hacer políticas públicas en función de estas nuevas realidades. ¿Cómo será la salud del futuro, la educación y qué decir de la seguridad social? Si en países como los latinoamericanos se supone que la esperanza de vida en dos o tres décadas estará cercana a los 90 años, ¿tiene sentido seguir jubilando en las edades actuales? Porque si el ser humano está avanzando a alargar la esperanza de vida, ¿no valdrá más la pena extender la edad de jubilación y restringir el número de horas que se trabaja semanalmente? Son preguntas que empiezan a surgir como resultado de estas nuevas tecnologías.
Hay filósofos como Luciano Floridi que estiman que estamos en un cambio metafísico que nos ha llevado a un cuarto escalón después de Copérnico, Darwin y Freud. Hemos entrado a una cuarta revolución donde la “infoesfera” está reorganizando o reformulando todo el sentido de la vida humana.
Lo importante es cómo comenzamos a introducir en el ser y hacer de la Política las dimensiones múltiples de esta tecnología digital que va a producir una revolución quizás tan grande o mayor de aquella que 500 años atrás desencadenó Gutenberg con la imprenta. Pero con la imprenta se demoró 110 años en aparecer el primer periódico. Ahora con el cambio exponencial los cambios son infinitamente más acelerados y nos obligan a pensar, una vez más, en la dimensión humana que daremos a esta nueva era.
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