29Jun
2016
Escrito a las 3:46 pm

Para nada lo del Brexit es un tema lejano a América Latina. Nos trajo el mismo asombro y sorpresa que a tantos en el mundo, pero nos envolvió aquí en un grado de incertidumbre sobre lo que serán nuestros vínculos a futuro con Europa. Especialmente, porque mientras los latinoamericanos vivimos tiempos de acercamiento hacia una nueva integración, allá en Europa se vive esta ruptura cuyas consecuencias aún son tan inciertas.

Digámoslo claramente. Hoy en América Latina se hacen esfuerzos por converger voluntades entre la Alianza del Pacífico y Mercosur, como lo demuestra la cumbre de la Alianza convocada en Puerto Varas, al sur de Chile. Allí se han dado cita los mandatarios de México, Colombia, Perú y Chile, a los que se suma el presidente Mauricio Macri, de Argentina, convertido ahora en país observador. Pero, claro, no es un observador más (también está Costa Rica), porque su presencia simboliza la nueva interacción que se empieza a construir entre Atlántico y Pacífico. Aquellos que se apresuraron en etiquetar a la Alianza del Pacífico como un proyecto contrario a Mercosur han quedado sobrepasados por los hechos. O por la historia.

Pero además debemos ver otra circunstancia: la voluntad de los países del Mercosur de finalizar el largamente trabajado acuerdo con la Unión Europea. Esta determinación hace que ahora sean los europeos quienes deben responder a esta demanda que viene desde el Sur. ¿Y que podría ocurrir si ese acuerdo se lograra? Que prácticamente casi todos los países latinoamericanos tendrían su acuerdo con la Unión Europea. Lo cual lleva a otra posibilidad: aplicar entre todos nosotros aquellas concesiones que ya se suscribieron con los europeos. En otras palabras, tendríamos un piso común para empujar desde allí nuevas formas de integración entre nosotros.

Es ahí, con este panorama de perspectivas positivas, donde el Brexit ha traído ondas telúricas a nuestra región. Porque una Europa donde tantas cosas podrían llegar a revisarse tras la votación de los británicos cierra los espacios a nuevos vínculos con el mundo europeo y con nosotros mismos.

Y también tenemos otra circunstancia en paralelo. Mientras la mayoría de los británicos votaban su salida de la Unión Europea —y los nacionalistas, los populistas extremistas y los euroescépticos se sobaban las manos—, en La Habana la firma del acuerdo entre el Gobierno de Colombia y las FARC hablaban de una opción por la paz, por la búsqueda del reforzamiento democrático y político. No será un camino fácil, pero es un paso clave: ni más ni menos que el fin de una guerrilla que por 50 años conmocionó a ese país.

Justo cuando aplaudíamos ese paso en lo que significa para América Latina, nos llegó ese golpe desde Reino Unido. ¿Cómo no pensar que el espíritu de los partidarios del Brexit es el mismo de quienes votaron por un candidato con una clara ascendencia neo-fascista para presidente en Austria? ¿Acaso no son los mismos que se movilizan a favor de posiciones a lo Trump en Estados Unidos? Es que el referéndum fue planteado por ambos lados como algo negativo. Salgamos de Europa para impedir las migraciones; quedémonos en Europa para que la libra no caiga. Es que no había que elegir entre dos males. Había que mirar al futuro pensando en ser voz influyente en el mundo.

Es un tiempo de desafío profundo para Europa. Siempre la hemos mirado como un continente con capacidad de reinventarse, con una integración basada en el respeto a los derechos humanos y construyendo sociedades integradas, cuna de la civilización occidental. Son valores que han inspirado a muchos más allá de Europa; también guía de gobernantes en América Latina. Ahora es cuando Europa tiene que mirarse y volver a sus raíces. A esa comunidad del carbón y el acero que devino en el Tratado de Roma de 1957 y donde Reino Unido dijo que no quería participar. Lo que ha ocurrido hoy es que nuevamente es el momento de un Tratado de Roma con los que quieran estar allí. Puede que algunos países sigan el ejemplo inglés. Pero cualquiera sea la deriva de los hechos, sería bueno sincerarse y saber quiénes están por apostar a construir futuro desde una visión política europea de integración y desarrollo humano.

Es con esa Europa que América Latina quiere hablar.

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