Hace unos días estuve en Guatemala en la celebración del 30 Aniversario Acuerdo de Esquipulas I, primer paso para poner fin a la guerrilla en Centroamérica. Liderado por los entonces presidentes de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, este acuerdo generó una estructura para resolver pacíficamente los conflictos paramilitares de la región y, de esta manera, fortalecer sus respectivas democracias.

Para que lo logrado en este tiempo tenga sentido y transcendencia, nuestro desafío es resignificar Esquipulas I en el contexto actual, rescatando los valores y principios que inspiraron a esos 5 presidentes a firmar la paz hace 30 años y que, hoy, se cierra un ciclo con la firma de paz en Colombia entre el presidente Juan Manuel Santos y la última guerrilla que queda en la región. Estos años de camino recorrido son un motivo de orgullo para los latinoamericanos que, a diferencia de otras regiones del mundo, hemos podido resolver estos temas entre nosotros y sin intromisión extranjera.

Ahora vivimos en un mundo muy distinto al de 1986 y, para pensar en un nuevo Esquipulas es necesario que cada país enfrente los desafíos que tenga en materia de política doméstica y que, como región, América Latina reconozca los temas que nos llevan a una nueva negociación colectiva y a renovar los consensos en torno a ellos.

En este sentido, en primera instancia debemos lograr una integración regional respecto al cambio climático. Hoy no existe crecimiento sin eficiencia energética y la emisión de gases invernadero por habitante será en muy corto plazo la nueva medida de civilidad en el mundo. Si logramos acordar una serie de medidas como bloque podremos negociar de igual a igual con otras regiones y exigir medidas efectivas a nivel global.

El segundo tema es el migratorio. La emigración ha existido en el mundo desde sus orígenes y, como dijo el gran escritor Carlos Fuentes, “En América todos somos migrantes”. Hace 30 mil años atrás llegaron las primeras olas migratorias por el estrecho de Bering, siglos después vinieron hombres y mujeres de España, Portugal, Gran Bretaña, luego de África y después del resto del mundo para así, junto con los pueblos originarios, configurar a este continente mestizo, en el que la diversidad es nuestra principal riqueza. Sin embargo hoy, en pleno siglo XXI, en un mundo integrado donde hacemos un clic y miles de millones de conocimientos y pesos cruzan fronteras y océanos en segundos, lo único que no puede desplazarse libremente es el ser humano.

América Latina vive un proceso de integración que estimula el desplazamiento interno de parte importante de su población. En Chile, por ejemplo, el 10% de los emigrantes son de países vecinos, mientras que Buenos Aires es la ciudad donde hay más bolivianos en el mundo después de La Paz. Estos movimientos humanos nos deben llevar a entenderlos como el principal capital de desarrollo de nuestra región y a significar las fronteras de otra manera.

El narcotráfico, por su parte, es uno de los grandes problemas de América Latina y el Caribe. Ya no se trata sólo de abordar la producción de las drogas, sino que también su circulación y distribución, además del negocio de las armas asociado a ellas. El éxito en Colombia del fin de las guerrillas y el narcotráfico ha hecho que los focos del negocio se desplacen a Centroamérica y México. Por esto debemos hacernos cargo entre todos de un negocio adscrito a nuestro territorio y que, por el fracaso de las medidas imperantes, destruye y enferma a nuestras sociedades.

Finalmente la paz y seguridad de los países de la región, tanto los grandes como los chicos, en un mundo global y cada vez más integrado, se basa en establecer reglas claras y consensuadas. Así como al interior de nuestros países buscamos generar políticas públicas que, en palabras del filósofo Norberto Bobbio “establezcan un mínimo civilizatorio donde todos seamos iguales”, a nivel regional también debemos buscar ese mínimo civilizatorio avanzando en la seguridad regional y fortaleciendo el rol de las organizaciones internacionales.

En un momento en que un candidato presidencial de los Estados Unidos plantea hacer un muro fronterizo con México, el Acuerdo de Esquipulas nos enseña a construir puentes para la paz en donde todos seamos iguales en dignidad. Así como hace 30 años este tratado demostró que era posible que la razón se impusiera por sobre la violencia, resignifiquemos su misión, ampliemos su alcance más allá de los 5 países originales y seamos capaces de hablar con una sola voz.

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