Hablar de educación en América Latina es hablar de política mayor. Y de emergencias que vienen de constataciones evidentes, tanto dentro de la región como fuera de ella. Es en torno de este desafío donde se juegan las interacciones y confianzas futuras entre ciudadanos y poderes, tanto públicos como privados. Es también en la educación donde se pone a prueba la formación de hombres y mujeres para las demandas futuras del desarrollo.
Una educación sin calidad sólo forma ciudadanos escépticos y desmotivados. Un país donde tales ciudadanos van siendo mayoría, camina hacia déficit crecientes de cohesión social.
Hace pocos días presentamos en Buenos Aires el Informe de la Comisión para la Educación de Calidad para Todos, cuyos trabajos tuve la oportunidad de encabezar junto al ex presidente de México, Ernesto Zedillo. Es un documento sólido, donde los expertos nos demostraron cómo, debajo de buenos avances en la cobertura escolar en la mayoría de los países, existía una ausencia de calidad educacional. Una señal peligrosa y de desajuste para una región que busca su mejor inserción en el mundo del siglo XXI.
Por ejemplo, es cierto que en educación secundaria se observa una tendencia de progreso en cobertura. La tasa neta de matrícula en este nivel creció del 59% en 1999 al 73% en 2012, una mejora importante. Además, la gran mayoría de los países tiene altas tasas de transición escolar entre primaria y secundaria; es más, solo cuatro naciones tenían una tasa de transición menor que el 90% en 2010; el promedio era del 93%, según señaló la Unesco.
Pero la otra cara de esta moneda está en la repetición y en la deserción. Los que repiten cursos llegan casi al 10% de la masa estudiantil y los que terminan por desertar sobrepasan el 15%, lo que en otros términos significa que cada año 1 de cada 6 alumnos en América Latina abandona la escuela secundaria.
Y hay un dato aún más sorprendente en el informe: en 2010 solo la mitad de los jóvenes latinoamericanos de entre 20 y 24 años había completado la secundaria.
¿Cómo mejoramos calidad, especialmente en aquellas escuelas que están en los sectores más deprimidos? Aquí tenemos el gran desafío.
Hoy se registran niveles educacionales bajos y desiguales, según se desprende prácticamente de todas las pruebas nacionales e internacionales. Podríamos decir que una gran mayoría de los niños y jóvenes de nuestra región no están aprendiendo a los niveles que debieran. Y la tarea de aprender comienza ya desde el primer año de vida. Un niño a los cinco años ya trae la incidencia que en él tuvo la educación parvularia y prebásica: los estímulos del espacio educacional y del hogar hacen la diferencia.
Y esa es una constante a lo largo de todo el sistema: la sociedad, la escuela, la familia constituyen el todo donde cada niño o niña se forma y asume respuestas a sus entusiasmos y sueños. Si hay quiebres, precariedades o vacíos en cualquiera de esos ámbitos el proceso educacional se fractura. Por eso digo que el tema es profundamente político.
Uno de los ángulos para ver esta realidad es el de la inserción laboral. América Latina requiere modernizar su educación media y terciaria, sea ésta de carácter universitario o de alta formación técnica e industrial, para promover el desarrollo de las competencias que demandan los nuevos sectores del desarrollo industrial y de servicios. ¿Cuánto se está pensando y debatiendo con los alumnos en nuestras escuelas sobre los nuevos desarrollos tecnológicos y los cambios que traen consigo? ¿Cuánta importancia se está dando a las palabras creatividad e innovación como referencias para los estudios de hoy y la formación para los mundos del mañana?
Ciertos datos de carácter mundial entregados hace pocos días nos dicen que en esto de la innovación andamos mal. Se presentó recién el Informe Mundial de Innovación 2016, encabezado, en orden descendente, por Suiza, Suecia, Reino Unido, Estados Unidos y Finlandia. Los indicadores analizados para cada uno de los 128 países incluidos son la calidad de sus instituciones, el capital humano vinculado con la investigación, la infraestructura, la sofisticación del mercado y de los negocios, el conocimiento y la producción tecnológica y la producción creativa. China escaló este año a la posición 17, lo que convierte a ese país en líder entre las economías de medianos ingresos, seguido de la India. Ningún país latinoamericano está entre los primeros cuarenta.
Y en ello hay algunas explicaciones elocuentes en el estudio de educación antes citado: Argentina y Brasil tienen un ingeniero por cada 6 mil habitantes, Chile gradúa un ingeniero por 4.500. Sin embargo, China tiene 1 por cada 2 mil habitantes, con su inmensa población, y Alemania 1 por cada 2.300 alemanes. Estos guarismos son los que nos tienen que hacer meditar.
El otro tema central es el de la excelencia docente. Digámoslo derechamente, la verdadera revolución en materia de calidad, en último término, debe tener lugar en la sala de clases. Allí el rol del docente es esencial. Pero se necesitan profesores que provengan de los mejores alumnos y en ello el cambio de políticas de captación es clave en todos nuestros países. Profesores hábiles en guiar a los estudiantes en toda la red de recursos digitales: enseñarles a buscar, a relacionar, a seguir a fondo un tema. En suma, aprender a aprender.
Todo esto nos convoca a la urgencia de un pacto social para la educación de calidad. Un pacto en tres frentes: metas que sirvan de guía y orientación, liderazgo comprometido con esas metas para transformar ideas en realidades y mecanismos de participación social que garanticen la sustentabilidad de esos esfuerzos.
Se aproximan campañas electorales en varios de nuestros países: éste es un tema a colocar en la primera prioridad.
Dejar un comentario