2016
Este jueves 29 de septiembre se presentará en el ex Congreso Nacional el libro En vez del pesimismo. Una mirada estratégica de Chile al 2040. La publicación se inserta en una línea de pensamiento y es un llamado a terminar con el malestar y recuperar la confianza para así lograr un acuerdo nacional que nos permita alcanzar un Chile más próspero, sustentable e igualitario. Acá compartimos como adelanto el capítulo «Recuperando la convicción».
Recuperando la convicción
La proyección de una agenda de desarrollo nacional como la que aquí estamos delineando y proponiendo requiere de una estrategia política clara y bien entendida por quienes la respaldan. Requiere de una mirada común respecto a las tareas que se van a abordar, a qué se busca con ellas y de qué forma serán diseñadas e implementadas. Una de las cosas que les ha pasado a los sectores progresistas y reformistas del país es que, como resultado de las dificultades involucradas en el proceso de reforma y en los calores de los debates, se ha tendido a perder esa claridad estratégica.
Escuchamos demasiadas voces que tienden a descalificar las intenciones de sus aliados políticos en vez de discrepar de sus preferencias tácticas; vemos demasiados gestos que buscan radicalizar las diferencias en vez de esfuerzos por construir, pacientemente, a través de un diálogo constructivo y respetuoso, desde los consensos básicos que muchos compartimos, un país más próspero, justo, sustentable, inclusivo e igualitario.
Lo hemos vivido en carne propia quienes hemos hecho contribuciones públicas al debate nacional con el objeto de ayudar a mejorar lo que estamos haciendo. Hemos visto cómo algunos han tratado de deformar el sentido de esas palabras, intervenciones o iniciativas con el objeto de presentarlas como una crítica a la agenda de transformaciones de la Presidenta Bachelet. Así lo han hecho, en particular, algunos grupos que se han mostrado opuestos a este proceso de reformas (y a casi cualquier otro) desde hace muchísimo tiempo, y cuyo oportunismo político y comunicacional de hoy no es más que la fachada de un profundo conservadurismo.
Al respecto, es importante reiterar el compromiso de quienes compartimos el sentido y la pertinencia de las reformas que ha empujado el gobierno actual. Consideramos que son un paso fundamental en el proceso de reconstrucción de una economía y una sociedad más justas y equitativas. Tenemos la convicción de que buena parte de los problemas que estamos viviendo como país se deben a la enorme resistencia que han tenido sectores conservadores a la evolución social, económica y política que naturalmente debía seguir nuestra sociedad: primero desde las visiones catastróficas en la temprana transición, luego desde los enclaves autoritarios, a continuación desde los artificiales empates del sistema binominal y finalmente -en tiempos más recientes- desde la república de la exageración y la alharaca. La resistencia de décadas a los cambios ha llenado de dudas a crecientes sectores de la población sobre las virtudes de la democracia representativa, la lentitud de los avances ha llenado de sospechas al electorado popular sobre la sinceridad política de los sectores progresistas y la exageración sobre las consecuencias de las reformas ha llenado de dudas a crecientes sectores de la economía sobre la viabilidad de nuestro proceso de desarrollo. Los que hacemos aportes a debates progresistas como el que se presenta en este libro, no queremos contribuir a esta estrategia conservadora que creemos equivocada para los chilenos y mala para el país.
Otros buscan en este tipo de contribuciones la oportunidad para criticar el legado de la centroizquierda chilena que (con aciertos y desaciertos) hemos construido entre muchos con gran esfuerzo a lo largo de un cuarto de siglo. Esta crítica no es nueva. Frecuentemente ha sido teñida de una calificación negativa respecto de las intenciones de quienes tuvimos el honor y la responsabilidad de jugar un rol en esos procesos. Se nos califica de «neoliberales», «amigos del empresariado», «retrógrados» y se cuestiona nuestra honra. Son estos mismos quienes, sin tener normalmente experiencia en los avatares de la administración del Estado, no dudan en acusar estridentemente de las mismas traiciones al actual gobierno cada vez que este debe adaptar sus estrategias frente a las contingencias políticas o económicas.
Entendemos las dificultades del gobierno actual, así como los sacrificios y la energía vital que han entregado quienes han participado en él. Las hemos vivido en carne propia quienes hemos pasado por ocasiones similares en otros momentos históricos y sabemos de la importancia del apoyo político de los partidarios en esos duros momentos. Es por eso que sentimos la necesidad de escribir estas palabras. Recordamos cómo titubeaban los apoyos políticos cuando llegó la hora de respaldar incondicionalmente al Presidente Allende o cuando hubo que salir a la calle a denunciar a Pinochet; recordamos cómo titubeaban los apoyos cuando hubo que enfrentar a los grupos de presión que no querían que se establecieran garantías explícitas en salud (el AUGE) o que se creara un impuesto específico a la minería (el royalty ); recordamos cómo flaqueaban las convicciones cuando hubo que decir «no» a la guerra de Irak mientras negociábamos el TLC con Estados Unidos, cuando se eliminaron los senadores designados y la inamovilidad de los comandantes en jefe, o cuando hubo que enfrentar el lobby empresarial al establecer por primera vez un seguro de cesantía en Chile. Lo recordamos muy bien, el desgaste emocional y político, la soledad de sostener un proceso comprometido ante la ciudadanía que otros abandonan oportunistamente.
Aquellos que tuvimos la experiencia de haber vivido todos estos procesos, entendemos la necesidad de apoyar al Gobierno en este momento. Y por eso que es importante recordar, hoy que la ciudadanía se moviliza por profundizar los cambios al sistema de pensiones, que fue la Presidenta Bachelet en su primer gobierno la que estableció el pilar solidario, terminando con la exclusividad del sistema de capitalización individual; hoy, que múltiples actores se movilizan por mejorar la educación pública, es importante recordar que, al final del día, este gobierno pasará a la historia por haber establecido la gratuidad e iniciado el proceso que conduce a su universalización. Me puedo imaginar las presiones a la Presidenta tanto de quienes siempre se oponen a todos los cambios como de quienes le niegan su apoyo o la atacan si ella se desvía un milímetro de lo que imaginan, opinan, estiman o quieren. Siempre ha sido igual.
Debemos sentirnos orgullosos de lo que hemos construido entre muchos, aunque miremos con expectación y esperanza lo que queda por hacer, aunque haya habido dificultades y errores, aunque haya habido traspiés. Si entendemos el propósito político de fondo, tendremos la disciplina, convicción y capacidad autocrítica para corregir, enmendar, rectificar y proyectar.
Diez convicciones que se deben recuperar
Preocupa cómo durante los últimos años se han perdido o diluido algunas convicciones centrales que fueron de la mayor importancia durante muchos años. Esas convicciones fueron las que permitieron a Chile avanzar sostenidamente en su proceso de crecimiento económico, desarrollo social y reconstrucción democrática. Esas convicciones no solamente no son incompatibles con la agenda de reformas que ha iniciado y avanzado la Presidenta Bachelet, sino que son el pilar fundamental sobre el cual proyectar y profundizar en forma sustentable dichas reformas.
La pérdida de esas convicciones es, en gran medida, resultado de nuestros éxitos como país: es natural que cuando uno logra algo tienda a darlo por sentado, a asumir que está dado, que no es necesario cultivarlo. Como hemos crecido, damos por sentado lo que nos permitió crecer; como hemos reconstruido el sistema de protección social, se nos olvida qué es lo que lo hace sostenible y creíble; como hemos restablecido nuestra democracia, se nos olvida que la historia muestra que esta no es, necesariamente, el estado natural de la política.
No se crece porque sí, no se desarrolla la sociedad ni se construye equidad porque sí, tampoco se sostiene y profundiza la democracia porque sí. Es natural que, una vez alcanzados ciertos logros, queramos avanzar a la siguiente etapa. Lo clave es que tengamos la serenidad, la madurez y la perspectiva para entender que, en la búsqueda de la siguiente fase de nuestro desarrollo económico, social y político, tenemos que hacer las cosas de modo que podamos avanzar sin perder lo ganado, constructiva y críticamente, pero también con responsabilidad.
¿Queremos construir un país desarrollado, justo y equitativo en lo económico, social y político?
Debemos recordar que pudimos reconstruir de manera gradual, pero consistente el sistema de protección social porque (y no a pesar de que) fuimos un país ejemplar en términos de responsabilidad fiscal. Si expandimos en forma permanente el gasto fiscal, debemos encontrar recursos permanentes. Adicionalmente, debemos resistir la tentación de comprometer gastos futuros seguros y presupuestados contra recaudaciones teóricas basadas en supuestos y/o modelos que todavía están sujetos a controversia.
Si queremos transformar nuestras instituciones y la Constitución, si queremos avanzar cambiando nuestro contrato social, tenemos que hacerlo balanceando derechos y deberes. Somos una república porque protegemos y construimos entre todos nuestras libertades y nuestra equidad, sin duda; pero eso implica que todos contribuimos a ella. No hay derechos sin deberes y viceversa.
La única ocasión histórica en que se han realizado transformaciones estructurales sin mayorías políticas y sociales ha sido bajo dictadura. Las otras veces se ha fracasado. Es esencial, por ende, que se haga todo el trabajo político, se tengan todas las conversaciones, se programen todos los seminarios, se escriban todos los libros, se compartan todos los documentos y se produzcan todos los debates públicos necesarios para que amplios sectores respalden las transformaciones, celebren sus éxitos y ayuden crítica pero constructivamente a resolver los errores que inevitablemente se producen en los procesos políticos complejos.
La sociedad y la cultura son sistemas complejos e interconectados. Si queremos generar cambios sustantivos en la sociedad chilena que permitan proyectar nuestro crecimiento económico junto con avanzar en equidad y desarrollo social, entonces se requieren capacidades técnicas de un grado similar de sofisticación. Estamos hablando de sofisticación técnica para hacer las transformaciones, no como camuflaje para obstruirlas. Esa sofisticación y calidad técnica no se improvisan a última hora; requieren de mucho trabajo, de equipos multidisciplinarios, durante mucho tiempo.
Finalmente, la credibilidad de las instituciones es un insumo tan importante como la energía, el agua y los recursos humanos. Como todos los insumos, este se consume o se sostiene con la responsabilidad de todos los actores de la sociedad y la economía. No podemos consumir la credibilidad sin asumir los costos de reponerla: sin cultivar los comportamientos personales y los desarrollos institucionales para reponerla y sostenerla; pues de lo contrario algún día esta se convertirá en un cuello de botella para nuestro desarrollo económico, social y político.
¿Cuáles son entonces estas convicciones perdidas que tenemos que recuperar?
Primero, que no es posible avanzar hacia un país más próspero, justo, sustentable, inclusivo e igualitario sin una estrategia de desarrollo coherente.
Segundo, que no es posible diseñar una estrategia de desarrollo coherente que no se haga cargo de los cambios de época en el mundo que nos rodea.
Tercero, que cualquier estrategia de desarrollo progresista debe ser aliada, compatible y tributaria de los cambios tecnológicos que trae el futuro.
Cuarto, que no es posible sostener un proceso de cambios y transformación como el que exige esta estrategia de desarrollo sin un robusto sistema de protección social.
Quinto, que no es posible construir un sistema de protección social sostenible sin responsabilidad fiscal y sanidad financiera pública.
Sexto, que no es coherente un sistema de derechos sociales y económicos sin deberes sociales y económicos.
Séptimo, que no es posible generar grandes transformaciones sin grandes mayorías políticas, sociales y públicas que se sostengan por convicción y no por conveniencia circunstancial.
Octavo, que no es posible generar reformas transformadoras sin calidad técnica en el diseño y ejecución de estas, en el momento oportuno desde el punto de vista político y económico.
Noveno, que no es posible alcanzar el desarrollo económico, social y político sin credibilidad de las instituciones, partidos y empresas.
Décimo, que no es posible recuperar la credibilidad de instituciones, partidos y empresas sin liderazgos dispuestos a sacrificar su interés personal en función del interés nacional.
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