El Presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, abre más incógnitas que certezas. Si bien su triunfo no está en duda, no es una buena noticia para el mundo y menos para América Latina y el Caribe.

Barack Obama abrió un camino de integración continental, derrumbando muros y distancias históricas, lo que se consolidó con la apertura de la Embajada de Estados Unidos en Cuba, luego de 54 años sin vínculo diplomático, y facilitando el intercambio económico y humano. Y justamente lo que esperábamos como región era que su sucesor en la Casa Blanca continuara esta política colaborativa y un diálogo abierto. Sin embargo, el ahora Presidente electo Donald Trump ha construido un relato totalmente antagónico, llegando a cuestionar incluso la legislación internacional, comenzando por la carta de las Naciones Unidas. Pese a que en su discurso de triunfo señaló que tratará de una manera «justa, sin hostilidades ni conflictos» al resto de las naciones, fue enfático en que pondrá «los intereses de Estados Unidos primero», y revisará todos los tratados internacionales a los que suscribe, priorizando los intereses nacionales y apuntando a una política proteccionista que busca una preeminencia económica mundial y que podría transformarse también en una militar.

Para América Latina y el Caribe, que predomine la intención de fuerza por sobre las reglas ya acordadas es algo grave y peligroso. Es un golpe a los valores sobre los que hemos construido nuestras democracias y con los que nos hemos insertado en el mundo.

En el caso de un país pequeño, como Chile, debemos reaccionar unidos en torno a lo que siempre ha sido nuestra política exterior, y exigir el respeto hacia las reglas, teniendo en claro cuáles serán las posturas frente a un mundo que, de pronto, se convierte en un lugar riesgoso e impredecible. Si ya lo hemos hecho antes, podremos también ahora. No olvidemos que el 11 de marzo de 2003, siendo Presidente de Chile, que entonces era miembro no permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, nos atrevimos a decir fuerte y claro que nos oponíamos a la invasión de Irak por parte de una coalición internacional encabezada por Estados Unidos. Es este tipo de convicciones el que debemos mantener hoy más que nunca.

En este nuevo escenario, que es más bien el inicio de una época, debemos reforzar el rol de los organismos internacionales para impedir que se impongan trabas a la convivencia y el comercio internacional que impulsa nuestro desarrollo. Alcemos la voz con fuerza contra el proteccionismo que nos llevaría al estancamiento, y defendamos con firmeza el respeto al Tratado de Libre Comercio que tenemos con Estados Unidos desde 2004, que logramos con mucho diálogo y en consenso.

Chile también debe jugar un rol activo en Latinoamérica, que hoy necesita consolidarse como un frente cohesionado, conservando una mirada común, firme y prudente, y manteniendo las relaciones con Estados Unidos en el buen nivel del respeto recíproco que ha existido siempre.

En temas sensibles para nuestra región, es importante dejar en claro desde un comienzo la exigencia por el respeto hacia todos los seres humanos, no solo a través de la legislación sino que también en el discurso, defendiendo el libre tránsito de las personas. Por esto, si es que la propuesta de la construcción del muro en la frontera entre México y Estados Unidos se concreta, propongo que lideremos una cumbre de países latinoamericanos para impedir su materialización y protestar contra él porque nos afecta a todos. Debemos decir con fuerza y claridad que, para estos efectos, todos somos mexicanos. Nuestra respuesta debe ser superadora, extendiendo puentes que aseguren el respeto por la dignidad de todos, sin excepción.

Asimismo, debemos ser capaces de sumarnos con fuerza a la defensa de los avances obtenidos en materia de cambio climático. Trump ha señalado en distintas ocasiones que el calentamiento global es un invento, planteando incluso su intención de retirarse de los acuerdos de París porque suponen que unos «burócratas extranjeros» controlen la energía de su país. La exclusión de Estados Unidos de estos tratados pondría en peligro el objetivo de bajar 1,5 grados la temperatura mundial en el 2020. Siendo uno de los países más contaminantes del mundo, la desregulación de emisiones deterioraría la calidad ambiental de la Tierra y de nuestras posibilidades de sobrevivencia como especie.

Todas estas convicciones pueden ser posibles si somos capaces como chilenos de acordar políticas básicas que guíen al país en los próximos años que, por desgracia, serán turbulentos. Alcancemos un acuerdo nacional que proteja nuestros intereses y la dignidad de nuestro país, y a partir del cual juguemos el rol que América Latina espera de nosotros. Porque frente a las políticas impredecibles de la nueva gestión de Estados Unidos, solo podremos defendernos si alzamos una sola voz y protegemos así nuestra historia, nuestro presente y, sobre todo, nuestro futuro.

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