Hay un desafío político creciente para América Latina, especialmente ahora que entramos en un nuevo ciclo de elecciones presidenciales: avizorar el futuro y definir políticas públicas para sociedades cada vez más determinadas por realidades de cambios acelerados y nuevos.
Cambios no sólo derivados del devenir interno del país, sino también por transformaciones profundas provenientes del exterior. Chile, Costa Rica, Paraguay, Colombia, México y Brasil están en los calendarios inmediatos de elecciones presidenciales en los meses venideros. Y allí es donde cabe hacerse una pregunta esencial: ¿cómo hacemos en períodos de cuatro, cinco o seis años para definir y poner en marcha políticas de largo plazo que, más allá de elecciones a futuro, alimenten una perspectiva estratégica para el país?
Porque hay temas que están vivos y latentes en la sociedad, especialmente entre los jóvenes. ¿Cuánto cambiarán a futuro las fuentes de trabajo? ¿Qué profesiones dejarán de tener sentido y que nuevas realidades traerán las tecnologías de avanzada? ¿Cómo educar para eso? ¿Cómo prepararse para vivir en un planeta donde el cambio climático genera transformaciones ya evidentes?
Los programas de los candidatos, en cualquiera de nuestros países, deben impregnarse de una mirada larga. Y hoy, casi no tenemos esa mirada. Es cierto que existe la CEPAL y sus aportes analíticos, pero la visión política más amplia, aquella que se instala por encima de la contingencia para dar un horizonte de largo plazo a la sociedad, no está visible. Hay países, como China, que nos dicen al 2035 quiero ser esto y al 2050 esta es mi meta. Hace poco más de veinte años no existía el Internet que hoy tenemos, ni la triple “w” ni ninguna de las aplicaciones hoy universales. Y ya estamos hablando del Internet de las Cosas, de las producciones vía redes digitales, de una robotización creciente. Es ahí donde debieran instalarse los procesos electorales que se avecinan.
Dos noticias recientes hacen pensar sobre estas realidades y las complejidades que, por ejemplo, trae la interconectividad. La primera, dice de la relación con esta decisión de la empresa Uber (hoy valorada en 70 mil millones de dólares) que cierra un trato con la empresa automotora Volvo para comprar 24 mil vehículos autónomos sin conductor, a ser entregados entre el 2019 y 2021. Volvo, de origen sueco y hoy propiedad de una empresa china desde 2010, recibirá de Uber 300 millones de dólares para hacer ajustes y poner en marcha una cadena de producción en California.
Todos sabemos como Uber y su sistema global generó fuertes protestas de los taxistas por la invasión de esos privados que, con su auto particular, salían a trasladar pasajeros. El proyecto Uber significa que esos particulares a mediano plazo ya no tendrán esa fuente de trabajo. No se van a necesitar personas que conduzcan el automóvil.
Es aquí donde toma fuerza la segunda noticia. Nuevamente ha emergido una idea que parecía desechada: la existencia de un ingreso básico universal. Básicamente, la idea es que se debiera entregar a toda persona mayor de edad, independiente de su condición social, un ingreso con un mínimo indispensable para sobrevivir.
La propuesta está generando debates en varios lados y también ya se están llevando adelante experiencias pilotos.
Hay dos razones sobre la mesa. Por un lado, la globalización ha incrementado la desigualdad, los salarios se van quedando atrás, la precariedad se ha extendido para ciertos sectores, incluso en países desarrollados. Por otro lado, la robotización creciente, se ve desplazando en el futuro a muchos seres humanos de sus lugares de trabajo y cadenas de producción.
Hace un par de años el tema se sometió a plebiscito en Suiza y fue rechazado porque la mayoría consideró que sería un premio a la ociosidad. Pero en Finlandia llevan dos años de experimento con otro punto de vista.
Allí suponen que un ingreso básico universal lleva tranquilidad a los ciudadanos, les permite rechazar trabajos mal pagados o menores y transformarse en innovadores en ámbitos donde crean ver una oportunidad. Y ahora, en el estado de California se ha iniciado la aplicación de la idea de manera experimental en dos municipios con muchos ingresos bajos, para ver cuáles son las reacciones. Incluso el Fondo Monetario Internacional, reconociendo que la pobreza ha disminuido en nuestros países, piensa que este ingreso básico universal apuntaría en la dirección correcta para disminuir los niveles de desigualdad vigentes.
Claro, hay gente como el Premio Nobel Joseph Stiglitz quien dice que la gente quiere trabajo, no dádivas ni dinero a cambio de nada. Los teóricos finlandeses, por su parte, piensan que esa política es un medio para que el ciudadano se transforme en un ciudadano innovador y creativo.
Situaciones como las descritas llaman a pensar en el largo plazo. No basta con decir esto ahora está lejos. Ya nada está lejos ni en tiempo ni en espacios geográficos. ¿Cuáles son los efectos de lo que viene? ¿Cómo lo convertimos en realidad positiva para nuestras sociedades? Los cambios vienen y debemos proponer políticas donde esos cambios traigan progreso para todos.
Estas políticas debieran ser punto de encuentro en nuestras sociedades y de esta forma superar la fractura creciente entre gobernantes y gobernados. Transformar estas políticas en políticas de Estado es el gran desafío para que estas perduren en el tiempo. De esta manera, la globalización adquiere un rostro humano, pues nadie quedará excluido de sus beneficios. Se trata entonces, de poner al ser humano en el centro de nuestras preocupaciones.
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