Un grupo de personalidades políticas, sociales y culturales tanto de América Latina como de otros países, especialmente de Europa, ha reaccionado ante el intento de realizar en tiempo record el juicio en segunda instancia contra el Presidente Lula da Silva, para impedir que sea candidato presidencial.
Esto, más que un juicio, parece un acto de persecución política. Lula fue y sigue siendo una figura fundamental para las esperanzas del pueblo brasileño y un líder en la escena mundial.
Son millones los hombres y mujeres de ese país que no olvidan como les cambio la vida cuando Lula fue Presidente. Saben que su país tuvo avances y un progreso importante, haciendo del crecimiento económico y el desarrollo con justicia social, una dualidad posible de impulsar como un todo. Es cierto su antecesor, el presidente Cardoso ya había iniciado este camino que Lula siguió.
Yo comparto que aquí estamos frente a una persecución política que sólo será derrotada en el terreno de la política. Más que un tema táctico o electoral, la victoria o la derrota en esta lucha tendrá consecuencias estratégicas y de largo plazo.
Lo que está en juego en Brasil es el futuro de la democracia. Una democracia donde los millones que salieron de la pobreza no regresen a ella, aquella donde no se usen artilugios y maniobras oscuras para sofocar la voluntad popular, aquella desde la cual esta región pueda hablar con legitimidad con el resto del mundo para abordar con convicción y liderazgo una sociedad más justa en el siglo XXI.
La fractura social que está emergiendo en muchas democracias, requieren de liderazgos como el de Lula para ser resueltas.
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