El ser humano ha vivido más tiempo de su existencia como nómade que como sedentario y, particularmente en el caso de América, la trashumancia es un elemento fundante, lo que hace que la migración solo pueda entenderse como un derecho y una conquista ancestral.
Estas últimas semanas, dos situaciones vinculadas a movimientos migratorios han hecho noticia. Hace más de una semana presenciamos casi en vivo, la crisis humanitaria y política que desencadenó la negativa por parte de Italia y Malta de recibir a la flota Aquarius con más de 600 inmigrantes africanos rescatados del Mediterráneo. Luego de una semana a la deriva el gobierno español finalmente los acogió y elaboró un plan para recibirlos. A su vez, hace un par de días se conoció que parte de la política tolerancia cero en inmigración de Estados Unidos, incluye la separación de las familias inmigrantes ilegales, llevando a centros especiales a niños mayores de cinco de años quienes se encuentran hacinados, asustados e incluso enjaulados. La Unión Europea que creció en el siglo XIX expulsando a mano de obra que no podía alimentar y Estados Unidos, que debe buena parte de su crecimiento al inmigración, nos muestran las miserias y el abuso que pueden llegar a cometer en contra los derechos humanos cuando aparece un otro diferente.
Latinoamérica y Chile especialmente no ha estado ajena al fenómeno de la migración. Los años de crecimiento económico y la estabilidad política, han hecho de Chile un país atractivo para la migración internacional, en donde los extranjeros pasaron de ser 0,8% de la población a fines de la dictadura a 2,7% hoy, cifra que representa a casi 480 mil personas, de las que el 70% proviene de América del Sur.
Hoy estamos ante un punto de inflexión en el que debemos ampliar la mirada y entender al inmigrante como un polo de desarrollo económico además de sujeto de política social. Chile debe convertirse en un país receptivo y abierto a la inmigración, con políticas que enfocadas en los derechos humanos y la interculturalidad, fomentando la plena inclusión tendiente a la regularización migratoria. Si bien ya se han realizados cambios fundamentales este año a través de la implementación de las visas temporales de Oportunidades, la de Orientación Internacional y la de Orientación Nacional falta mucho camino por recorrer.
La inmigración, al ser un tema que abarca muchos sectores, debe ser organizada bajo un solo organismo que vele por el trabajo intersectorial en materia migratoria y coordine las acciones en los distintos organismos públicos referentes a estos temas, tanto a nivel estatal, como regional, apoyado con centros de atención y orientación integral para el migrante.
Asimismo debemos generar facilidades para que jóvenes extranjeros vengan a estudiar a Chile, sobre todo a aquellas carreras que tienen poca matrícula nacional, pero que significan un capital humano fundamental para ciertas áreas productivas del país. Para que esto suceda se deben definir programas universitarios comunes en América Latina que generen una red educativa integrada y que desarrollen proyectos que respondan a las necesidades de la región y permitan que el nivel de educación no sea un problema al momento de trasladarse de un país a otro.
Las personas que migran son altamente activas y con una gran capacidad de adaptación. Toman riesgos, dejan a sus familias, sus casas y trabajo, además de recorrer caminos peligrosos para empezar una vida nueva, desde cero, en un país al que no es fácil integrarse. Por esto, en vez de hacerles el camino más difícil de lo que ya es, debemos avanzar hacia una política integral sustentada en el principio que la migración es un derecho humano.
Una parte importante de nuestra historia ha sido construida con el aporte de los migrantes de muchos países, que aún hoy, se acercan a nuestras tierras con la esperanza de construir una vida mejor. Esa riqueza y diversidad es ganancia para Chile. En una época en donde algunos proponen construir muros y limitar nuestro derecho histórico a migrar, tendamos puentes y facilitemos la libre circulación de personas a través de nuestras fronteras.
Aprendamos a mirar al otro e impulsemos una educación que nos permita relacionarnos mejor con la diversidad, entendiéndola como una oportunidad y no como una amenaza. Sólo así tendremos sociedades más abiertas a las diferencias, más acogedoras e inclusivas, en una época en la que, progresivamente, volvemos a ser nómades.
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