02Ago
2020
Escrito a las 8:59 pm

¿Cómo miraba el mundo a Estados Unidos hace un siglo atrás y cómo lo ve hoy? A comienzos de 1920 entró en vigencia el Tratado de Versalles, a partir del cual se creó la Sociedad de las Naciones, entendida como un foro para arbitrar en las disputas internacionales y preservar la paz. La entidad no logró impedir la Segunda Guerra Mundial, pero sentó las bases para crear las Naciones Unidas y su propuesta de un orden internacional compartido. ¿Quién tomó la iniciativa de crear la Sociedad de las Naciones? El presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson.

Hoy, en 2020, el presidente Donald Trump se ubica en el extremo opuesto de la historia. Nada de sociedad de las naciones ni de organismos multilaterales para enfrentar juntos los desafíos del siglo XXI. Con su actitud negacionista del coronavirus, Trump ha impedido que Estados Unidos haga una contribución positiva en la escena internacional, marginándose de la discusión y obstaculizando una coordinación entre las principales potencias del mundo.

Hace poco un medio español señaló que la especialidad de Trump era dar marcha atrás a los grandes consensos mundiales. Llegó a la Presidencia y sacó a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, el TPP. En junio de 2017, anunció el retiro del Acuerdo de París contra el cambio climático, rechazando las advertencias de los científicos, y también abandonó la Unesco, Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Asimismo, se marginó del Pacto Mundial sobre Migración y Refugiados y rompió el Acuerdo con Irán. Este año dijo que Estados Unidos suspendía su participación en el tratado que prohíbe los misiles nucleares de medio y corto alcance, firmado por Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov en 1987 y, en medio de la pandemia, se salió de la Organización Mundial de la Salud.

Su lema “América First”, bajo el cual ha gobernado, ha confirmado que no cree en ningún tipo de sistema de gobernanza internacional y ha optado por intentar imponer sus propias reglas del juego. Es decir, decidir personalmente cuándo, con quién y cómo se discuten los grandes temas globales.

Esta política ha generado consecuencias diversas. En solo tres años, el gobierno de Trump ha abandonado la responsabilidad que Estados Unidos ejercía en términos globales, a partir de su peso como nación, y traspasado ese liderazgo a otros países, como Alemania o China. Este repliegue internacional tiene especial importancia para América Latina, porque Estados Unidos no es sólo el principal socio económico de la región, sino también un referente histórico de los valores democráticos occidentales. Frente a un sistema internacional desordenado, sin liderazgo, en medio de una pandemia y bajo la amenaza de una profunda crisis económica, ¿dónde está América Latina? ¿Dónde podemos discutir nuestro futuro?

Aquí es donde cabe ser categóricos: no podemos seguir el modelo Trump. Al igual que en el resto del mundo, en América Latina no tuvimos una respuesta regional a la crisis sanitaria, en parte por la ausencia de los liderazgos tradicionales. Los presidentes de México y Brasil han tenido posturas ambivalentes y minimizaron la amenaza del Covid- 19, generando dramáticas consecuencias en sus respectivos países y dejando un vacío de referentes en la región. Sin embargo, si bien no diseñamos políticas comunes en términos sanitarios, aún hay tiempo para rescatar los puntos de convergencia, enfrentar la crisis económica que se viene y construir una agenda común, permitiendo a la institucionalidad regional recuperar su rol en la coordinación de políticas. Al margen de nuestras diferencias ideológicas y de distintos modelos de desarrollo, existe –como aquí ya hemos dicho– una base común para saber hacia dónde vamos: los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la Agenda 2030 aprobada por Naciones Unidas en 2015. Esos deben ser nuestros referentes para movilizar la inversión estatal, rescatar la economía regional de la crisis que ya estamos sufriendo y avanzar a un desarrollo que articule ser humano, medio ambiente y calidad de vida.

En ese marco, cabe unirnos regionalmente ante el quiebre que el presidente Trump busca generar en las normas multilaterales bajo las cuales el Banco Interamericano de Desarrollo ha funcionado por sesenta años. Propone un candidato norteamericano de su entorno, sabiendo que la costumbre, es decir, un derecho consuetudinario, ratificó que el BID siempre sería conducido por un latinoamericano. Eisenhower planteó la cuestión del equilibrio hemisférico, en función del cual el aporte de capital incial del banco fue en un 60% de Estados Unidos y en un 40% de los países latinoamericanos, dado que éstos aportaban también experiencia y conocimiento de su región. De allí derivó el acuerdo sobre la presidencia de la entidad, que se hizo norma permanente y que ahora Trump busca quebrantar. Frente a ello, hay que unirse y rechazar una opción que nos recuerda viejas prácticas de intromisión que ya dábamos por superadas.

Lo adecuado ahora es buscar la fórmula para postergar la reunión de septiembre. La pandemia está aún encima y es necesario concentrar los esfuerzos en las prioridades y enormes tareas que vienen. Los países miembros del BID deberíamos concordar primero una agenda para los próximos años, donde los cambios, demandas sociales y transformaciones productivas tengan un marco de desarrollo común. No es la hora de lo “interamericano” contagiado de Guerra Fría, ni tampoco del “desarrollo” clásico. Pensemos primero en el futuro del BID y la importancia de su aporte financiero, y luego elijamos a su conductor, que además debe ser generardor de consensos y no de rupturas.

No cometamos los errores del pasado. No intentemos complacer a un Estados Unidos que no cree en el multilateralismo. Los tiempos que vienen nos obligan a redescubrir ese “nosotros” en el quehacer latinoamericano, desde donde debe emerger una ética de la convicción junto a una ética de la responsabilidad. Porque de la larga crisis que viene sólo podremos salir juntos.

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