Lo que hoy vivimos como sistema democrático es, en último término, producto de una constante renovación tecnológica. Como sabemos, en el mundo occidental la aparición de la Imprenta de Gutenberg en el siglo XV transforma la vida política y social. Esta revolución lleva, un siglo más tarde, a la impresión del primer periódico y a la consecuente formación de una minoría ilustrada crítica que se sentía tanto o más capaz que el rey en participar de las decisiones públicas. La radical respuesta a estas reflexiones fue la Revolución Francesa y con ella el devenir, décadas después, del sufragio y sus consecuentes democracias representativas.
En el siglo XX aparecen la radio, el cine y la televisión y lo que cambia ahora es la forma, pero no el fondo. La dinámica de la democracia clásica se mantiene: el líder emite una opinión e informa a través de los medios de comunicación y el ciudadano, por su parte, lee el diario, escucha la radio o mira la televisión y, de este modo, interviene en la participación política.
Este largo recorrido se ve transformado definitivamente por la aparición de “el clic” virtual. Internet y las nuevas tecnologías de conocimiento han permitido estar conectados simultáneamente, a tal punto que muchas veces uno interactúa más con las personas virtuales que las presentes. Los gobernantes locales, regionales y nacionales, dejan de estar mediados por los partidos políticos y el Congreso para pasar a ser interpelados directamente por las redes sociales. Así la exigencia, por ejemplo, por la mejora de un semáforo, el reclamo por una ley aprobada o la denuncia de una infracción de tránsito realizada por una autoridad se multiplica en un minuto a través de un tweet, de una fotografía en Instagram o en una entrada en Facebook. Todos quieren ser escuchados y emitir opinión o, simplemente, ser considerados.
La pregunta entonces es ¿qué va a pasar con las instituciones que hoy conocemos?, ¿cómo se organizarán los partidos políticos?, ¿cuál será el parlamento del futuro? El poder de conocimiento del ciudadano es omnipresente, al igual que su voz. ¿Será que vamos a realizar plebiscitos a través de celulares? Marque 1 si está de acuerdo, 2 en contra o 3 si no le interesa. La posibilidad existe, el riesgo es tomarla y para esto hay que establecer requisitos. Como en Uruguay, por ejemplo, que para derogar una ley se necesita un número amplio de ciudadanos que lo soliciten y un número mayor aún de participantes para que el plebiscito sea vinculante. Para este caso, el uso de la tecnología democratizaría la participación.
Entonces, al construir una democracia más participativa, se deben diseñar instituciones civilizadas que, utilizando estas nuevas tecnologías, incorporen las demandas emergentes y generen espacios similares a las plazas públicas en los que se escuche la voz de cada uno de los ciudadanos en el debate.
Hemos vuelto así a la Grecia de Pericles. Con la diferencia que ahora en la plaza no somos 200, sino millones y donde el poder y también la responsabilidad de pensar temas y soluciones trascendentes puede empezar en el clic.
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