Si Platón estuviera vivo en nuestros días podría decir: yo se los dije. Porque en el mito de la caverna el filósofo griego describió lo engañoso que podía ser para quienes sólo vieran sombras en la pared y las supusieran como la realidad, mientras otros creaban esas sombras sin explicar su origen ni menos cuanta luz y transparencia había en el exterior.
Ahora, con las operaciones de la consultora inglesa Cambridge Analytics, se descubre que ésta usó los datos de millones, vía información acumulada en Facebook, para hacerles ver ciertos hechos y conceptos como si esa fuera toda la realidad. Sombras en el entendimiento del ciudadano a la hora de decidir sus opciones.
La empresa, decía en su propaganda que sólo con 70 “me gusta” de una persona, lo conocería mejor que sus amigos, con 150 mejor que sus padres y con 300 mejor que su pareja. Siguiendo aquellas reacciones entregadas con otros propósitos de convivencia en las redes digitales, las campañas políticas o comerciales han elaborado mensajes específicos dirigidos a personas muy concretas.
Lo más serio ha sido transmitirles noticias falsas desde plataformas en la red creadas para ello. Están hechas con tal contundencia que esos receptores se han dicho “esta es la verdad y los medios dominantes la ignoran”. Y a partir de ello han seguido la línea promovida por el manipulador de los datos.
Es ahí donde el tema se convierte en un gran desafío. Sabemos que desde hace décadas las posibles preferencias del consumidor han estado en el quehacer de las agencias de publicidad. Y parte de esas técnicas se trasladaron al llamado marketing político. Pero esto es otra cosa. Aquí están usando los datos personales para usos no autorizados, los están manipulando por algoritmos para que, en una operación masiva, haya un resultado predeterminado. Y así ocurrió con Trump y con el Brexit.
La cuestión es muy impresionante en su devenir. Un investigador de la Universidad de Cambridge, Sander Cogan, logró autorización para lo que parecía un proyecto de investigación académica: “Thisisyourdigitallife”. Con ello tuvo acceso a 270 mil perfiles de Facebook, a través de los cuales por encadenamientos con sus seguidores se llegó a más de 50 millones de personas en pocas semanas. Ese procesamiento permitió ordenar y saber lo que piensan esos ciudadanos, cuáles son sus intereses, sus ideas políticas, sus preferencias sexuales, qué leen, qué ven, si CNN o Fox. Con esa información en la BigData ya era posible saber las preferencias políticas del futuro elector o partícipe de un referéndum. Y según sus ideas enviarles noticias falsas.
Para algunos lo ocurrido se remonta a los esfuerzos pioneros de hace más de cien años, cuando un profesor de la Universidad de Columbia, Robert S. Woodward, creó un cuestionario para aplicar a los llamados a servir en las Fuerzas Armadas, definiendo ciertos perfiles en Hojas de Datos Personales. Fue el primer esfuerzo para detectar si aquel reclutado era un hombre que reaccionaba con pánico o con sensatez para ir al frente de batalla o mejor dejarlo en la retaguardia, o con capacidad de conducir y liderar. Y esos cuestionarios se han perfeccionado a lo largo del siglo.
Pero ahora los seres humanos están creando y almacenando información constantemente y cada vez en cantidades más astronómicas. Hay documentos donde se dice que si todos los bits y bytes de datos del último año fueran guardados en CD’s, se generaría una gran torre desde la Tierra hasta la Luna y de regreso.
¿Cuál es la esencia de la crisis que ahora vivimos? Que todo este desarrollo asombroso ha sido a velocidad creciente, transformando las distancias, facilitando muchos servicios, haciendo de las finanzas y sus redes mundiales un escenario donde nunca se pone el sol. Y todo eso, que puede ser positivo, también encierra el peligro de quienes buscan utilizarlo desde las sombras engañosas. Estamos frente a un problema ético donde la urgencia por poner resguardos es cada vez más evidente. Se trata de proteger la democracia. Y lo dice alguien, como quien escribe, para quien en las nuevas tecnologías digitales vemos la posibilidad de mejorar la relación democrática al interior de nuestros países.
Gracias a ellas veíamos una relación mucho más horizontal que vertical entre los dirigentes escogidos por el ciudadano y aquellos en la base de la sociedad. Una interacción cotidiana, creativa a la luz de aspiraciones y cooperaciones nuevas. Como dije más de una vez, habíamos vuelto a la plaza de Atenas en los tiempos de Pericles. No creo que esta posibilidad haya quedado atrás, pero no cabe duda que no bastará con las regulaciones que cada país acuerde. Ya estamos frente a un típico desafío de la era de los bienes públicos globales. ¿Dónde discutirlo con amplitud? ¿Dónde declarará el dueño y creador de Facebook? ¿En el Congreso de Estados Unidos o del Reino Unido?
Todo indica que posiblemente la próxima Conferencia Mundial de la ITU, la International Telecommunication Union en Durban, Sudáfrica, en septiembre próximo, deba preocuparse de ello. Después de todo su lema es Grandes Innovaciones para una Vida Mejor. Tal vez ese sea el desafío principal: como asumir que la vida va cambiando aceleradamente, pero debemos tener siempre en ella al ser humano como centro y respetar su dignidad. En este caso, su dignidad digital.
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