Son tiempos de elecciones en esta América Latina. Y esto llama a decir que los gobernantes, los actuales y los que vengan, deben estar conscientes que llegan a un mundo turbulento, donde no se nos medirá por lo que sea cada país, sino por el peso de la región en su conjunto. Y ya lo sabemos: somos diversos, tenemos miradas políticas distintas, pero la región requiere afinar una estrategia compartida desde la cual entrar en diálogo con el resto del mundo. Esa debiera ser nuestra brújula.
¿De qué mundo hablamos ? Ese, donde los jugadores están cambiando no sólo de roles sino también de peso unos con otro. Es la herencia que nos deja el 2017, un año que a futuro los historiadores podrán ver como un punto de quiebre en el devenir mundial.
Allí está lo ocurrido en las conductas de Estados Unidos y China, dos potencias económicas determinantes en el escenario internacional del siglo XXI. Ambos tuvieron comportamientos tan disímiles el uno del otro. China, tras el último Congreso del PCCh, emerge con un liderazgo fuerte y un plan a largo plazo: estar el 2035 con un desarrollo aún austero y al 2050, coincidiendo con los cien años de la República Popular China, como un país desarrollado e innovador. Por el otro lado, Donald Trump ha sido el presidente más inusual en la historia de Estados Unidos desde 1776. Un país que se mira hacia adentro, se afirma en el concepto de América Primero y desde allí menosprecia el multilateralismo, hace fracasar la conferencia mundial de comercio porque el proteccionismo de Estados Unidos así lo exige y, de paso, niega la existencia del cambio climático y abandona el Acuerdo de Paris. Ello, por cierto, contrapuesto con la otra imagen: la de Xi Jinping defendiendo el comercio libre en Davos.
Y mientras esto ocurre, la Unión Europea enfrenta problemas internos hasta ahora desconocidos en su itinerario. Por una parte, el Reino Unido, a través del Brexit, se retira de la Unión Europea. Pero si eso ya la cambia, la entidad se ve obligada a sancionar el nacionalismo extremo de Polonia y Hungría, mientras con angustia ve llegar a un partido nazi al gobierno en Austria, cosa que no se veía desde los ominosos años treinta en el siglo pasado.
Es cierto que la elección del presidente Macron es el aire fresco que intenta revitalizar a la Unión Europea, pero aquello ha ocurrido a expensas de la implosión del sistema político francés. Implosión que, aparentemente, se está dando en muchos lugares del mundo. Y hoy día se ve con tremenda preocupación lo que puede significar la próxima elección de Italia, en mayo de este año, con pronóstico incierto. En Alemania, país clave para el devenir de la Unión Europea, la canciller Angela Merkel no logra formar gobierno tras la última elección.
Mientras, marcando huellas profundas en el 2017, el presidente Putin hace que Rusia tome el espacio de Estados Unidos: tras la derrota de ISIS en Siria lo que predomina en Medio Oriente es la imagen de Rusia. Este país, más allá de lo que podría considerarse su rol como potencia económica o militar, actúa con la fuerza de ser una potencia nuclear potente. Y, en ese marco, ocurren cosas inesperadas, como los ejercicios conjuntos en el Mar Báltico de Rusia y China. Sí, Rusia y China en el Mar Báltico, y ello se presenta como algo normal.
El tablero se mueve y de pronto se ven aproximaciones geopolíticas casi sorprendentes, como la articulación entre India, Australia y Japón. ¿Un intento para equilibrar el emergente poder chino? Puede ser, pero es más que eso. Si ese block avanza, lo que busca es hablar un poco más de igual a igual con China.
Sí, porque está claro que en este tablero mundial o se habla con una sola voz a partir de distintas regiones (Unión Europea, América Latina o Unión Africana) o se habla como país continente. Y allí entra India al escenario, llamando a mirar sus cambios. Después del largo predominio del Partido del Congreso de Nehru desde la independencia de la India, en 1947, en los últimos cuatro años ha gobernado el primer ministro Modi, del partido nacionalista. El tataranieto de Nehru, Rahul Gandhi, emerge ahora como alternativa respaldado con su ancestro histórico. Más allá de lo que traiga la política india a futuro, está claro que a veinte años superará a China en población y será tercera potencia económica mundial.
Eso que llaman el reordenamiento mundial es una danza de intereses convocados a articularse según diversas circunstancias. Las asociaciones pueden ser múltiples y diversas. El 2017 lo hace nítido y nos llama a que en este 2018, cuando el G20 llega por este lado del mundo, abramos los ojos. Aprovechar el encuentro de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC)-China en enero en Chile y la eventual reunión CELAC-Unión Europea en Bruselas a fin de mes debiera ser el inicio de nuestro diálogo con estos bloques, actores centrales en el mundo que se insinúa al futuro. Es urgente una reflexión común, un manifiesto colectivo donde la estrategia regional se haga nítida para tener una voz en la marcha global. La diversidad interior no es justificación para el inmovilismo cuando se mira al futuro. Por recursos naturales existentes, por los campos a cultivar, por las reservas mundiales de agua, por el desarrollo medio de nuestras poblaciones, por un sentido de la vida especial es urgente identificar lo común para hablar con el mundo. A eso nos convoca la llegada de este nuevo año.
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