¿Se acuerdan lo mal que empezó el año 2008? En aquel enero estalló una crisis bursátil la cual sería antesala de la otra, la de octubre de ese año, ya de carácter mundial. Un conjunto de bruscas caídas en los mercados internacionales venía registrándose desde finales del 2007 hasta llegar a la histeria de aquel 21 de enero. El temor principal era la recesión que asomaba en Estados Unidos, pero lo peor vendría en los meses siguientes, con una crisis capaz de castigar duro a Europa y con efectos por todos los continentes.
Si miramos lo vivido a diez años de aquello, emergen lecciones, experiencias y también la persistencia de ciertos temores. Tres análisis son fundamentales: primero, las diferentes políticas para enfrentar la crisis, especialmente entre Estados Unidos y Europa.
Segundo, el tema de las regulaciones financieras, las que entonces no hubo y la vigencia de otras para tratar de evitar los abusos y desbordes de entonces. Y tercero, por cierto, preguntarse por el panorama a futuro y si estamos libres de otra crisis similar.
Europa y Estados Unidos tuvieron estrategias distintas ante ese terremoto financiero. En Washington, primero con Bush y luego con Obama tras asumir el poder en enero 2009, se tomó la decisión de aplicar una política de gasto acelerado buscando dar un fuerte estímulo a la demanda. Keynes revivía desde la historia. Hasta el G20 del 2009 en Londres hubo coincidencias: se aprobó multiplicar por tres el capital del FMI (de 250.000 millones de dólares a 750.000). Fue además de otras políticas de expansión del gasto. La Reserva Federal se la jugó por ello y poco a poco la economía comenzó a recuperarse, pasando de un desempleo sobre el 10% tras estallar la crisis al 4,1 % en el último año. Así se lo encontró Trump. El eje de estas acciones fueron los planes QE (Quantitative Easing), de compra de deuda pública y privada destinada a inyectar periódicamente grandes cantidades de dinero en la economía, según objetivos revisables de crecimiento, inflación y desempleo.
Claro, en Estados Unidos sólo hay una entidad central con poder para aumentar la emisión monetaria. En Europa, en cambio, el Banco Central Europeo carece de esas facultades y aunque Mario Draghi, su presidente, ha hecho esfuerzos por articular políticas, ha faltado integración para decisiones eficientes. Después del G20 en Pittsburg, Europa temerosa de la inflación asumió la línea de la austeridad y control extremo del gasto, como lo han sufrido Grecia, Portugal, España e Italia: su gente vio como lo esencial era salvar los bancos en Europa, mientras el deterioro social se expandía.
Por cierto, en este balance de una década, cabe recordar que en Estados Unidos también el gobierno se movió para salvar a los bancos. Fue lo primero en esa estrategia de expansión monetaria. Con fondos federales se fue al auxilio de nueve bancos principales a cambio de lo cual estos entregaron acciones al sistema público, mientras también se extendía el rescate con 140 mil millones de dólares al resto del sector financiero (con aseguradoras como AIG), y al campo industrial (General Motors, Chrysler). ¿Por qué había ocurrido todo eso? Porque la tesis de la autorregulación no había funcionado. Tras la quiebra de Lehman Brothers quedó claro que los créditos hipotecarios, supuestamente sólidos, se habían multiplicado y reutilizado en segundas hipotecas y endosos porque no había control ni regulaciones: como dijo más de un líder en Naciones Unidas, la codicia se había expandido por terreno abierto.
Naturalmente se han tomado medidas buscando contener cualquier estallido similar. Allí están los llamados Acuerdos de Basilea III, bajo los cuales se incrementa el capital de reserva que deben tener los bancos para sus operaciones. Una normativa que se ha extendido hacia otras regiones como América Latina, donde buena parte de los países ya siguen sus definiciones. Pero, ¿basta con eso? Cada tanto hay quienes recuerdan que diez años después de la crisis económica de 1929 no existía aún confianza plena sobre la recuperación, no obstante el New Deal impulsado por Roosevelt. Lo que cambió el escenario, dicen estudios recientes de historia económica, fue el ingreso de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, primero dando apoyo a los aliados, particularmente Gran Bretaña, con un programa de préstamos y de transferencia de tecnología, y luego en 1941 siendo parte activa en la confrontación militar.
Eso hoy día está lejos de imaginarse, pero las preguntas asoman inquietantes. ¿Estamos seguros de vivir bajo las medidas y resguardos necesarios o estamos viendo como reemergen quienes sostienen que el sistema financiero se auto regula? ¿Basta con lo hecho por Basilea III y el Banco Internacional de Pagos con sus nuevas medidas o el tema obliga a otro tipo de instrumentos para dar tranquilidad a los mercados?
No se trata de ser alarmista. Pero desde América Latina, aún fuera de los polos de decisión en el sistema financiero mundial, hay que estar atentos. Nuestros Bancos Centrales, con distintas políticas monetarias, siguen sin coordinarse para incidir en los grandes temas de la economía global: la hora reclama hacerlo, aunque sea para comentar juntos. Son tiempos donde los países asiáticos, especialmente China, están jugando un rol influyente en el reordenamiento financiero mundial. Pero también, igual que Estados Unidos, acumula una deuda mayor. Los procesos productivos cambian velozmente bajo esta era digital, pero aún la economía financiera sigue estando muy por encima de la economía real.
Y eso es lo que inquieta.
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